DARA MORALES AZUAGA

Cuando terminé mi primera clase de Vinyasa Yoga, tuvieron que ir a buscarme un refresco… Así de intensa fue la experiencia. Aún así, tuve claro que algo había “tocado” en mí, por lo que quise seguir investigando.

Como la mayoría, encontré el Yoga cuando buscaba una actividad física en la que hubiera bastante trabajo de flexibilidad. Toda mi vida hice Ballet Clásico e incluso fui profesora durante algunos años. Labor que me encantaba. Sin embargo, hubo un momento que decidí cambiar de trabajo pero el horario no me permitía asistir a ballet. Así que elegí el Yoga como alternativa y quedé absolutamente enamorada.

Por otro lado, llevaba años trabajando el plano emoiconal a través de terapia gestalt, talleres de crecimiento personal, etc. en busca de una madurez mental, emocional y espiritual. Cuando conocí el yoga sentí que, de repente, el puzzle encajó.

A pesar de que me eran muy familiares los conceptos de flexibilidad, consciencia corporal, armonía, elegancia y fluidez del movimiento, dominio del cuerpo, etc. ahora tomaban un matiz diferente. Entraban en juego nuevas ideas como el respeto (hacia mi misma), la armonía en todas las capas de mi ser, la sensación de “bailar” para mí, sin la necesidad de hacerlo para ser observada.

En la Danza Clásica trabajas tu físico con el objetivo de mostrarte a la audiencia. El Ego se pone en primer lugar para presentar tus destrezas. Las emociones se expresan para representar una historia.

Con la práctica de Asanas el objetivo va mucho más allá de lo físico. El cuerpo se convierte en una herramienta para un trabajo más intenso y profundo del Ser. El Ego se torna hacia el interior, buscando el equilibrio y la paz interna desde la individualidad. Las emociones llegan para sentirlas sin máscaras, sin juicios, sin críticas.

Casi desde el primer instante tuve claro que en algún momento de mi vida sería profesora de yoga, pues me gustaba casi más que el Ballet Clásico. Aunque, lo veía como un objetivo más a largo plazo.

Después de algo más de un año de aquélla primera clase comencé con la formación en Hatha Yoga tanto por mi deseo de profundizar en el estudio como por los “empujones” de mis profesores Ruth y Nathan (Amaryyo); y el mejor de los apoyos familiares. A partir de aquí, las cosas no han podido fluir mejor.

Fue interesante para mi la diferencia que sentí al “pasar al otro lado de la esterilla” cuando empecé a dar las primeras clases. Sentía que era capaz de reconocer la personalidad de cada alumno, sólo con observarle practicar.

Me encanta tener la posibilidad de dar diferentes estilos, desde los más calmados y suaves, como Terapéutico o Restaurativo, dónde puedo trabajar la parte física llevando(nos) hacia lo subjetivo, lo más sutil del cuerpo: lo emocional y energético; hasta estilos más dinámicos, como el Ashtanga o Vinyasa, dónde sin duda dejo que fluya mi creatividad coreográfica dentro de las secuencias.

Soy consciente de que esta es una carrera de fondo. Un aprendizaje continuo a todos los niveles. Por eso considero que mi formación es constante, en el ámbito del yoga, de la psicología, del autoconocimiento…
Me siento muy agradecida por poder compartir con los demás esta filosofía de vida. Aloha. Namasté.