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Soy de esas personas que: si tiene una rutina fija, invariable, se asfixia; y, al mismo tiempo, si no tengo rutina mi cabeza se destartala.
Así que yo necesito, lo que yo llamo, una rutina base. Es decir, una rutina que me permita fluir si la semana se me tuerce y a la que poder anclarme si mi cabeza se aleja demasiado.
Hay personas que necesitan una rutina estricta, que cumplen a la perfección. Y si no lo hacen igual les da un patatús.
En el otro extremo están las personas que no saben usar una agenda y, además, les da alergia.
Mi realidad es que voy cambiando de chaqueta según me convenga.
Las clases presenciales son geniales para crear cierta rutina. Pues necesitas estar en un lugar y hora determinada. Esto permite crear compromiso contigo, con tu práctica y con tu crecimiento personal.
Honestamente, para mi la práctica del yoga es una de las herramientas más interesantes y potentes que he tenido a mi alcance para mi autoconocimiento y crecimiento personal.
Practicar yoga, tal y como yo lo vivo, nos permite descubrirnos dentro la esterilla para reconocernos fuera de ella. Y esto, es un camino de larga distancia, con calma y sin prisas.
Además, asistir a clases de manera regular te va a permitir tomar conciencia de tus patrones posturales (y también mentales).
Asistir a clases guiadas te permite que una persona cualificada, en este caso yo misma, pueda decirte cómo modificar tu práctica si tienes problemas, lesiones, dolores, etc. Y cómo variar tu práctica para ayudarte a ir a otro nivel no sólo físicamente, sino también mentalmente.